Un divague

Estaba meditando, como cada noche en mi media hora de descanso, cuando apareció una mosca enorme, tal vez no tan enorme, pero sí bastante más grande que las habituales.
Volaba y volaba, sideralmente (sideralmente dice el corrector de Microsoft Word) chocando una y otra vez contra las paredes del búnker.
Con el pasar de los minutos el zumbido comenzó a ser cada vez más fuerte, o al menos más fuerte para mí, y fue ahí que comenzaron mis cavilaciones ¿era un zumbido o realmente quería decirme algo? ¿podía ser un drone vigilante? ¿qué fumé?
¿esto también es producto del estrés?
Tampoco tenía todo el tiempo del mundo, el mundo me necesita trabajando, y me animé a preguntarle en voz alta ¿vos sos Dios? NADA, ni bola. No les voy a mentir diciéndoles que con una voz grave de fumador me respondió como a San Juan de la Cruz porque no pasó.
Pero las epifanías son así, uno no las ve venir, por eso son epifanías. ¡La luz se hizo fuerte! Yo era la vaca de Damien Hirst, la vaca y la mosca en la vitrina de A Thousand Years.

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