Los celtas

Las noches en el hogar son más cortas que un sueldo. Con dolor de espalda me automediqué, “los fármacos hacen pesado el sueño”, dice una publicidad en el ómnibus al lado de otro afiche sobre las grasas saturadas. Hay toda una militancia política contra las grasas saturadas. “Hace décadas que hay personitas viviendo con un corazón de plástico” (anoto en mi libreta).
Llegar tarde me hace sentir como un centro de mesa de una whiskería con esas alfombras marroquíes. Veo cierto disfrute en los rostros estimulados en el bullicioso salón principal.
Hace unos minutos me asusté mucho, me pareció escuchar el pianito de Trent Reznor, caminando rumbo a la luz blanca luego del bobazo, pero no, puro efecto secundario adverso (Google Care). ¿Debo pasarme al club del Ginkgo biloba?
Fueron los druidas los que llamaron mordida de león al paro cardiaco, o al menos eso fue lo que me dijo una noche en el búnker el supervisor. Y no tiene por qué mentirme, aunque dice muchas cosas que no son ciertas.
Listo para sonreír en 3, 2, 1.

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