El futuro es de plástico

Llegando al trabajo. "…y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Juan 1:14).
"…y el Verbo se hizo plástico y débito entre nosotros" (Fritandismo 8:20).
Domesticados. Los clientes ingresan con la tarjeta en alto, como si se la quisieran mostrar a los demás. Comenzando a pasarla por todos lados, primero el código QR de la entrada de *amigo frecuente, luego por tótems de promociones de la sucursal, seguido por otro tótem de la propia tarjeta con sus días de beneficios. El mostrador no es la última parada del raid ya que luego en sus asientos hay convenios y descuentos temporales con otras empresas regalonas.
En definitiva, nada resta, todo suma a favor de la franquicia.
Hasta aquel caballo alemán bautizado Hans, propiedad de Wilhelm von Osten de principios del siglo veinte, se daría cuenta de la estafa del plástico feliz. Ahora incorporado también a los celulares, ¡happy PIN!
No ha sobrevivido nada de aquel spot de la primera Diners Club, creada por Frank McNamara (la idea fue de su mujer en 1949) que decía “una tarjeta para personas inteligentes”, este es el siglo de la idiotez de multitudes hambrientas. Homo sapiens, homo faber, homo boludens.
Incluso al marcharse, empachados y con olor a fritura en pelo y extremidades, pasan sus tarjetas por los lectores verticales ubicados en el estacionamiento, que no funcionan hace años, pero ellos están enamorados del plástico y el amor es ciego, como dicen los poetas.

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