Bazar 

No me acuerdo mucho del cuentito del elefante en el bazar, pero hay dos cosas que estoy casi seguro: 1. No soy un elefante. 2. Esta caja vidriada de venta de batidos no es un bazar, al menos por ahora no vendemos artículos de la lejana India (pueden ser cosas chinas Made in india). Todo puede suceder, el capitalismo es sorprendente.
No es el momento para hablar del motivo de mi destierro a este anexo, que es una especie de protuberancia-grano de vidrio de la sucursal. 
Es como estar en la calle, con todos los peligros que en la actualidad significa estar en la vía pública, pero al mismo tiempo tengo la sensación de haber cambiado de trabajo y hasta de ser el dueño de mi propia empresa, ya que nadie viene a controlar ni preguntar nada desde la sala de control. Por momentos me siento Joseph Paxton, aquel jardinero que se hizo millonario con el Crystal Palace de Londres, aunque espero que esta historia no termine tan drásticamente como la famosa construcción vitrificada de Joseph.
Es cierto que los clientes son los más ansiosos dentro del abanico posible de clientes, es lo que tiene el sector dulce, un verdadero imán de madres apena letradas y niños ojerosos y pobres. Pierden media tarde en una fila para tener diez minutos de placer azucarado que la mayoría de las veces se cae al piso. Una parte del negocio es que sea un postre inestable. 
Lo quieren grande, con pastillas, con galletas, mixto, con cucharita, ¡con dos cucharitas! 
No tienen ni idea lo que es el arroz con leche y el tiempo que se ahorrarían

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